Última parada camino del aeropuerto. Terminamos nuestro recorrido por Sicilia en Segesta y su enigmático templo dórico. En apariencia, a medio construir, sin acanaladuras en las columnas y sin ninguna estructura interna. Sin embargo, se conoce poco de los élimos, sus constructores, míticamente relacionados con los troyanos exiliados tras la derrota.
sábado, 21 de agosto de 2010
Las islas Eolias
El conjunto de las islas Eolias llaman la atención durante muchos kilómetros de la costa norte. Su origen volcánico es indisimulable; varias de ellas son apenas un cono volcánico rodeado por el mar. Las más conocidas son de las más pequeñas, Vulcano y Strómboli, que dan nombre a sus respectivas categorías de volcanes en todo el mundo.
Desde la costa norte se ven cercanas, en especial la más grande y poblada, Lípari. En verano se llenan de visitantes, que bucen, nadan, pescan y recorren sus pequeñas poblaciones. Incluso algunos escalan sus volcanes.
Castel di Tusa
De vuelta a Margello, y como sus cenas ya están empezando a ser peligrosas para la salud, buscamos un pueblecito pesquero para cenar, de entre los muchos que jalonan la costa. Por supuesto, casi todos ellos tienen un pescador por cada mil turistas, o así, pero en esta ocasión acertamos con uno con una proporción un poco más favorable.
En Castel di Tusa conocemos un hotel de los que hablan todas las guías, un pequeño establecimiento de una veintena de habitaciones, famoso por la decoración con obras de arte contemporáneas. Feo con ganas, pero a la vez agradable por lo diferente, y sobre todo por no ser uno de esos horribles bloques de apartamentos que saturan otras zonas. Agradable puertecito, de esos que son apenas una playita de piedras.
Palermo
Como esperábamos, no dedicamos mucho tiempo a la ciudad. Polución, mucho calor, horarios oficiales que no se cumplen…lo dicho, le daremos otra oportunidad más adelante (o no…).
Destacable por supuesto el palacio de los Normandos, con su decorada capilla palatina. También sus pequeñas iglesias, como la Marmorana, encantadora, oscura. Y la gran fuente Pretoria, destinada originalmente a una ciudad toscana, o los Quattro canti, cruce de calles con cuatro fuentes en fachada.
O su catedral, con un exterior normando de gran elegancia, su pórtico sur catalán y su pulcro interior.
Monreale
Hemos dejado para el final la visita a la capital de la isla, Palermo. Tenemos cierta prevención hacia la gran ciudad. Sabemos que es caótica, feota en sus inmensos barrios periféricos, con un tráfico aún más surrealista que en el resto de la isla. Una ciudad así necesita tiempo. A Nápoles se lo dimos hace unos años, y nos acabó ganando. Pero una visita relámpago a un sitio así es mejor tomársela con distancia, no darle categoría de definitiva…
Por eso empezamos por Monreale, municipio adjunto en lo alto de la montaña, desde donde domina la Conca d’Oro y el gran Palermo. Este fue el lugar elegido por árabes y normando para establecer la corte, entre los frondosos bosques, lo suficientemente alejados de la peligrosa costa y a la vez controlándola.
Calles empinadas hasta la plaza de la catedral, el verdadero tesoro de Monreale. Tal vez la mayor obra de arte de Sicilia, con su conjunto de mosaicos resplandecientes y su claustro árabonormando, único y fascinante.
San Marco d'Alunzio y los Nebrodi
Los últimos días en Sicilia tenemos nuestra base en una hacienda a las puertas del Parque Natural de los Nebrodi (Nebros=corzo en griego). Agarrada a la pendiente de una ladera coronada por el pueblo de San Salvatore de Fitalia se encuentra Il casali di Margello, con sus árboles frutales, sus viñedos y sus olivos. Una gran extensión, aunque sin un palmo llano… Lo suficientemente grande como para alimentarnos sólo con sus productos. Un lugar estupendo, realmente “rural” (la enorme serpiente que nos despidió es sólo un ejemplo… aún nos estamos recuperando de la impresión…)
Desde nuestra base vamos a recorrer la costa norte, empezando por el propio Parque Natural de los Nebrodi, un territorio diferente, repleto de bosques de robles, tejos y hayas. Nevado buena parte del año, con lagos de alta montaña y fauna correspondiente. No hay pueblos en su interior, pero sí muchos en su frontera.
Uno de ellos es San Marco d’Alunzio, encaramado a la montaña, a escasos kilómetros de la costa en línea recta, pero muy lejos de ella para las amenazas que pueda traer. La decena de iglesias parecen más antiguas que las piedras de la colina, y las casas se disputan los pocos metros de suelo en el promontorio. Desde arriba, una vista espectacular de las islas Eolias y de la costa tirrena. En especial desde el templo de Hércules, inapreciable resto de un templo griego convertido en iglesia en ruinas.
Cefalú
Dejamos el interior y volvemos a la costa, en esta ocasión a la del Tirreno, al norte. Hacemos escala en Cefalú, invadida por los turistas que abarrotan su playa. No se ve la arena. También los bares de la orilla, repletos a todas horas. Encontramos uno pequeñito, semivacío. Debe ser porque se come dentro y tiene aire acondicionado. Justo lo que queremos. Justo lo que parece ser nadie quiere…
Tras la comida, callejeamos por el centro medieval, con largas y estrechas calles paralelas a la costa, cruzadas por más estrechos callejones que se elevan hacia el interior. En el centro del damero, la catedral, un espléndido edificio árabe-normando, de torres castellanas.
El interior no le va a la zaga. Los mosaicos del ábside son formidables, en especial el Pantocrátor que lo preside. Del siglo XII, nada menos. La catedral del Salvador fue encargada por Roger II (toda una institución, algo así como en Don Pelayo normando…) tras su promesa al ser salvo en una tempestad cerca de la costa. Gran ubicación, a los pies de la gran roca que da nombre a la población (del griego Kephalos=cabeza)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)