Hemos dejado para el final la visita a la capital de la isla, Palermo. Tenemos cierta prevención hacia la gran ciudad. Sabemos que es caótica, feota en sus inmensos barrios periféricos, con un tráfico aún más surrealista que en el resto de la isla. Una ciudad así necesita tiempo. A Nápoles se lo dimos hace unos años, y nos acabó ganando. Pero una visita relámpago a un sitio así es mejor tomársela con distancia, no darle categoría de definitiva…
Por eso empezamos por Monreale, municipio adjunto en lo alto de la montaña, desde donde domina la Conca d’Oro y el gran Palermo. Este fue el lugar elegido por árabes y normando para establecer la corte, entre los frondosos bosques, lo suficientemente alejados de la peligrosa costa y a la vez controlándola.
Calles empinadas hasta la plaza de la catedral, el verdadero tesoro de Monreale. Tal vez la mayor obra de arte de Sicilia, con su conjunto de mosaicos resplandecientes y su claustro árabonormando, único y fascinante.
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