sábado, 21 de agosto de 2010
Por el centro de Sicilia
Aunque el primer día ya cruzamos toda la isla y por lo tanto recorrimos la zona central, en esta ocasión vamos a hacerlo con un poco más de calma. Sorprende el despoblamiento general al poco de abandonar la franja costera. Para ello hay que subir, siempre subir, en ocasiones durante decenas de kilómetros por vías rápidas de continua pendiente, en otras por serpenteantes carreteras secundarias que ascienden a pico desde el mar.
Una autovía recorre el centro despoblado, prácticamente toda ella construida sobre pilares, siendo así un gran viaducto de decenas de kilómetros. Las grandes extensiones de cereales se ocupan de gran parte del terreno, en los valles de las cadenas montañosas. Desde la época romana los latifundios cerealistas han sido la base de la economía de las zonas altas. Un puñado de pequeñas ciudades provincianas reposan al sol entre tanta soledad.
Es el lugar de las tradiciones más remotas, de la passeggiata cuando el sol declina por la calle principal, de las aparatosas procesiones de Semana Santa y de las fiestas populares del verano. El lugar de la gran emigración de los siglos XIX y XX, de las grandes familias, de los pueblos que no caen en la ruta a ningún sitio, alguno famoso pero no visitado, como Corleone…
Una de estas ciudades, más bien poblachones desiertos al mediodía, es Caltanissetta, donde nos alcanza la hora de comer. Calles desiertas, puertas cerradas. Al fin, en un mirador donde dar la vuelta, una puerta abierta, algo de ruido. Nos dan de comer entre grupos familiares, alborotados, parlanchines. No preguntan mucho, sólo siguen trayendo platos, riendo y comentando lo bien que se come en Sicilia… Antipasti, primo, segundo, dolci, fruta… Tremendo. Aprendemos definitivamente que lo de los antipasti es plato único o sentencia de muerte… Salimos vivos de milagro. No paramos en Enna, arriba en la montaña, como una ciudadela, no vaya a ser que insistan en darnos de merendar…
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